A Fray Toribio de la Pumarada se lo llevaban los demonios al escribir el Arte general de Grangerías. Corría el año 1711 cuando decidió escribir su magna obra para enseñar a su sobrino y tocayo, Toribio de la Pumarada, las gracias y desgracias de la vida que le esperaba a quien iba para granjero en aquellas Asturias de miseria, hambre y señores feudales que abusaban, robaban y ordenaban cuanto quisieran en cada parroquia. Publicado por primera vez tras su creación hace ahora siete años, el Arte general de Grangerías es un puñetazo para la que era, en aquellos principios del siglo XVIII, la clase dominante en Asturias. Para ella, Pumarada no tiene consideración. Jueces y regidores poseían, de facto, la mayor parte de los derechos sobre las tierras de aquella Colunga suya en la que los pobres se morían de hambre y, sin embargo, salían a alabar a sus señores y, a la par, casi carceleros. «El pobre, para grangear, ha señores se ha de arrimar«, se decía por aquel entonces. Y lo confirma Pumarada:
Y es la razón, porque el pobre (y más aí en Asturias) es como la yedra, y assí como ésta, si no se agarra de tiesso a algún árbol o peña fuerte, es precisso por su flaqueza que ande abatida por essos suelos, expuesta a que la pissen quantos quieran, o la destruyan, o de raíz la corten, o se la coma un cabrón. De la misma suerte el pobre, que aí en Asturias no está bien arrimado (lo qual se hace por casamiento) a algún señor, de precisso andará siempre por los suelos abatido, con temores, y expuesto ha de ser de qualquiera pissado, destruido o cortado; o a que algún cabrón se le coma de un bocado.
Señores había muchos, y permanentemente enfrentados. Tenían tantos enemigos como quantos son los caciques de esse concejo, y los Indianos de Carabia, y los adinerados de Lastres, y quantos pretenden ser paseantes y vivir de rentas. Todos estos las codician, todos las arrecienden, todos están deseando años de bacca prieta para pescarlas, o si no ellos buscan astucia (aunque el Diablo les lleve) para averlas por suyas. Y en viendo a un pobre que tiene una pieza buena, o un día de bueyes bueno, los ojos se les saltan de embidia, y por debaxo de cuerda no paran hasta agarrarle.
Así lo decía el buen fraile dominico, que, entre todos los señores colungueses, tenía especial inquina por unos en particular: los advenedizos Cangas, nuevos ricos que habían ido a parar a la parroquia de Lliberdón y que ahora hacían y deshacían a su antojo, viviendo de las rentas y del pueblo que permanecía arrodillado ante ellos. Parece ser que los Cangas habían llegado a Lliberdón de mano de su patriarca, Julián Cangas, hidalgo, regidor y juez ordinario de Colunga, a finales del siglo XVII, y una vez allí se habían hecho con el palacio de la Carabera, huérfano a causa de una herencia demasiado dividida, y habían casado bien para granjearse una buena posición moral, no siempre implícita con la económica. Dijo Pumarada de ellos que…
…no sólo son señores absolutos de Libardón en lo temporal y curato, sino que están cassados con hijas de los que nunca su padre soñó, y menos Juan de Andrés, su cuitado y pobrete abuelo. Y están oy (y vive Julián su padre) haciendo quanto quieren en el concejo, como gallos de todo él. Y entre sí, mofando y haciendo burla de los señores antiguos de ese pays, y de sus casas, y de sus haciendas, y de sus capacidades. Y por último, en ese concejo no ay ya señores primeros que los Cangas de Libardón. Éstos son ya oy los primeros dones, aunque no del Espíritu Santo. Sin el assenso y disposición destos señores Cangas, nada se ha de determinar en el concejo, ni mover una paja, ni chistar el señor más antiguo, etcétera.
¿Y por qué estamos hablando de los Cangas?
Eso es. ¿Por qué aparecen entre los intereses de esta genealogista de pobres la, aunque advenediza, poderosa familia Cangas? Pues por la sencilla razón por la que no hay rico que aguante sin pobres que le sostengan, aunque esos pobres lo fueran menos que la norma general. Así, los descendientes de Blas del Mercado, el bisabuelo del tatarabuelo de mi tatarabuela Josefa, el cual fallece en 1708 con un testamento de por medio que obliga a rezar por su alma decenas y decenas de misas, aparecen eternamente asociados a los Cangas, un poco casi como todos los habitantes del Lliberdón de la época. Así, Gregorio de la Cortina Mercado, nieto de Blas, aparece bautizándose en marzo de 1695 teniendo como padrinos a Julián y a Ysabel Antonia de Cangas. Y aún más la familia Acebal Estrada, con la que los Cortina Mercado acabarán emparentando por matrimonio de sus respectivos primogénitos: al abuelo del tatarabuelo de mi tatarabuela, Antonio del Acebal Estrada, lo apadrina el cura de Lliberdón, Antonio de Cangas, del que recibe el nombre, en diciembre de 1689; a su hermano Juan le ocurre lo propio en 1695 con su padrino Juan de Cangas, y un largo etcétera.
Ser padrino de un niño era un favor que se hacía bien por familiaridad, bien por amistad o bien porque los favores se pagan. Y mis ancestros tuvieron que pagar los suyos.
De Lliberdón a Sorribas
La partida de bautismo llama la atención según se ve. No en vano, el párroco hubo de reponerla -a ella y a la que estuvo escrita en el dorso de la página- haciendo trabajos manuales: alguien había accedido al libro de bautismos de San Pablo de Sorribas para recortar la hoja y hacer desaparecer la incómoda partida que don Francisco Antonio de Estrada, párroco de Sorribas y, por cierto, amigo de Fray Toribio si obedecemos a las alabanzas que de él hace en su Arte de las Grangerías, había redactado con un lujo de detalles excesivo para los Cangas.
Es de 1742, fecha en la que probablemente ya existiera una relación económica o de amistad entre mis parientes de Lliberdón, los Acebal Cortina, y los de Sorribas. El hijo de Gregorio de Acebal Cortina, Antonio -heredaba su nombre, también, del simpar Antonio de Cangas- se iba a casar en un futuro con Teresa de la Torre Cascarón, hija de Francisco de la Torre Ferrao, natural de Sorribas. Y son los padres de este Francisco, Fernando de la Torre Llano y Antonia Ferrao de la Güerta, quienes apadrinan a la niña a la que hacen nacer lejos de la parroquia de la que es natural su madre, Lliberdón. Porque Francisca del Queto, moza soltera, no había pisado Sorribas en su vida hasta el mismo momento en que fue a parir el fruto de su pecado.
Deflorando pobrecicas doncellas
Fray Toribio de Pumarada, dentro de todo su discurso antiseñorial, habla de la frecuencia con la que los señores gozan de los placeres del sexo aún sin la gracia de las mozas implicadas. Proponía Pumarada, escandalizado por las continuas faltas de los ricos para con las mozas pobres, que el confesor les impusiera penas pecuniarias, las únicas que entendían, o castigos que les humillasen públicamente. No le dolieron prendas en explicarlo:
Ahora sepa el confesor que para refrenarlos en los penitentes (hablo de larga experiencia) no hallará remedio más eficaz que imponer penitencia pecuniaria según lo posibles del penitente; que esto duele y muerde, etc. Pero nótole a cien ojos que a los adúlteros, que no se sacian con sus propias mugeres y andan puteando o quizá deflorando pobrecicas doncellas, mal común en señores y ricos, les plante missas a pares y sin miedo por las benditas ánimas del purgatorio; que viendo que les cuesta caro el carnal ageno, podrá ser que se atareen al propio.
En lo que fallaron los Cangas fue en pensar que en la parroquia de Sorribas el párroco miraría para otro lado. Pero precisamente fueron a dar con uno de los pocos cura que en verdad denunciaban, aún en la privacidad de los libros parroquiales, la desgracia de las madres solteras, y que investigaban hasta la saciedad los orígenes de todos aquellos hijos naturales rechazados por sus padres.
La partida
La partida, que Estrada vuelve a transcribir cuando descubre que la original ha desaparecido, habla por sí sola.
El día diez de nobiembre año del Señor mil setezientos quarenta y dos bautice solemnemente y puse los Santos Oleos a una niña que nació a diez de dicho mes y se le puso por nombre María Antonia, hixa de Juan Antonio de Cangas y de Francisca del Queto, soltera, vezina de la parroquia de Libardón. Fueron padrinos Fernando de Torre y María Antonia Ferrado su muger, vezinos de esta parroquia y para que conste lo firmo dicho día, mes y año. Francisco Antonio de Estrada.
Fernando de Torre y María Antonia Ferrao, que estaban por convertirse en mis nonabuelos, emparentados con mis otros nonabuelos de Lliberdón, los mismos que tenían intenso contacto con los señores Cangas, acceden de esta forma a bautizar a la pequeña bastarda que la desgraciada Francisca de Queto pare en tierra extraña, a la que la han ido a llevar para que no trascienda que Juan Antonio de Cangas, capitán de milicia de Amieva, más que cincuentón y bien casado, hidalgo y regidor perpetuo de Colunga y Amieva, ha tenido descendencia con una de sus criadas. Van a dar, sin embargo, con un párroco que se toma muy en serio su labor, más aún después de haber sido amenazado de excomunión pocos años antes por supuestas irregularidades en su gestión de los libros parroquiales, y que escribe la verdad. Y en algún momento antes de que el tozudísimo Estrada abandone su cargo, alguien irrumpe en la casa rectoral armado de unas tijeras, primera de las armas de censura que conoce el hombre, y roba la polémica partida de bautismo. No contaba con que el párroco, quizás deseoso de denunciar también los desórdenes de los ricos, como había hecho treinta años atrás su buen amigo Pumarada, iba a volver a escribirla y a pegarla en el folio correspondiente para que nosotros, doscientos setenta y tres años después, estuviéramos contándolo.
Para saber más:
- «Arte general de Grangerías»
- Más sobre la obra de Fray Toribio
- La partida de bautismo aparece en los libros parroquiales depositados en el Archivo Histórico Diocesano de Asturias.