
No eran tiempos en que la emergente prensa se dedicase a asuntos menores. Y entiéndase como «menores» a aquellos aspectos que no afectaban a los intereses de los grandes prohombres del Estado. La Gazeta, primer periódico de España, ancestro de nuestro actual Boletín Oficial del Estado (BOE), había nacido en 1661 de la mano de Francisco Fabro Bremundan, secretario personal de Juan José de Austria,

con el objetivo de favorecer a este, su patrón. ¿Cómo? Juan José, bastardo de Felipe IV que lo fue de sus relaciones con la actriz María Calderón, La Calderona, había sido honrado con el título de Capitán General de la Conquista del Reino de Portugal por sus acciones como político y militar en el conflicto con Portugal, cuyo desarrollo no viene al caso. Como quiera que la situación de Juan José, bastardo real, comenzaba ya a dibujarse delicada por las malas relaciones con Mariana de Austria, madre a la sazón del futuro rey -y ahí el tinglado- Carlos II, Fabro Bremundan creó la Gazeta con el fin de exaltar las cualidades de su señor y venderlo bien. Hoy en día se considera a Fabro el primer periodista de España, lo cual, conocida la historia y los motivos, da que pensar.
Pero en fin: que la Gazeta no pasó de ser, en sus primeros años, una sucesión de noticias político militares que afectaban en mucho al Estado, pero no tanto a sus habitantes. El 26 de febrero de 1709, la actualidad publicada por la Gazeta hablaba del aumento de tropas en Francia o de la defensa de Sicilia, pero ni una sola palabra hacía referencia a que en las lejanas costas de Francia una tormenta hubiera llevado al traste a una embarcación comandada por cuatro hombres de mar llastrinos. Sería un documento privado el que llevó, el tres de marzo de 1709 y sucesivos, la trágica noticia al puerto colungués, de la que hoy sabemos gracias a habernos dado todos esos detalles el párroco de Santa María de Sábada, Francisco Camino.
Muertos a bordo, ninguno de ellos recibió, como es natural, los sacramentos, y, a pesar de ser todos declarados pobres (menos Juan de Abadía), la magnitud de la tragedia hizo posible que a sus funerales asistieran varios sacerdotes, un privilegio normalmente reservado a gente más pudiente. Las familias de los náufragos Domingo Alvor y Francisco del Río, según reflejan sus partidas de defunción, no hubieron de pagar «otros derechos más que veinte y un reales de tres misas», una cifra mucho menor a lo que, de otro modo, les hubiera costado un servicio religioso de tal calibre.
Fueron:
- Domingo Alvor (menor), soltero, hijo de Domingo de Alvor. Pobre. Se celebró su funeral el día 4, con cinco sacerdotes. Pobre.
- Francisco del Río, soltero, hijo de Pedro del Río. Se celebró su funeral el día 6, con cinco sacerdotes. Pobre.
- A Juan de Abadía, hombre casado, que dejó herederos legítimos, se le funeró los días 11, 12, 13 y 14, con asistencia de 18 sacerdotes
- Francisco Lorenzo, casado. Dejó herederos. Se le funeró el 19, 20 y 21 de marzo, con asistencia de siete sacerdotes cada día. Pobre.

Aquella, con todo, no fue ni la primera ni la peor tragedia de la que llegase noticia al puerto llastrín. Diez años antes, en los libros parroquiales de Santa María de Sábada, aunque esta vez de la mano del religioso Miguel de Mones, se habló de otro naufragio ocurrido entre los reinos de Galicia (sic) y Portugal. Ocurrió el 19 de noviembre de 1691, cuando a Llastres vinieron «noticias ciertas con cartas de que en el Reino de Galicia (en otros registros, de Portugal) se habían muerto y ahogado en el mar» seis hombres. A saber:
- Cipriano Maior. Se funeró el día 27.
- Juan Tobal. Se funeró el 28.
- Juan de Lloi. Funerado el día 29.
- Juan González, hijo de Andrés González. Se funeró el día 30.
- Pedro de la Busta, «ahogado con los de arriba en la costa de Galicia«. Recibió funeral de pobre el día seis.
- Domingo García menor, hijo de Domingo García, «ahogado en la costa de Galicia en el mar con los demás compañeros de arriba». Se le funeró como pobre el día seis.
Tristes cotidianeidades las de los puertos de mar.