
Hasta el propio título de este drama del cine silente suena a genealogía. ‘The pride of the clan‘ llegó a las pantallas en enero de 1917, sin que llegase nunca a tener el éxito que se podría esperar de una peli protagonizada por quien entonces era calificada como la novia de América. Mary Pickford, la actriz protagonista, era también productora de la cinta y buena conocedora de lo que en ella se mostraba, porque, aunque canadiense, sus raíces familiares la vinculaban al otro lado del charco. Si The pride of the clan se desarrollaba en Escocia, los abuelos maternos de la rutilante estrella, Catherine Faeley y John Hennessey, habían sido emigrantes irlandeses. ¿Hasta ahí la conexión genealógica? No, como vamos a ver.
El propio argumento de The pride of the clan hace alusión a los vínculos familiares y a las obligaciones que a ellos van aparejadas. La protagonista, Marget MacTavish (Mary Pickford) es la última representante viva del clan MacTavish después de que un naufragio se lleve por delante a su viejo padre, Donald MacTavish. En ese momento, la tradición ancestral de la ficticia isla de Killean, donde se desarrolla la trama, pesa más que las diferencias de género:
Girl or Man,the last o’the Line is Chieftain of The Clan. ‘Tis the MacTavish law.
«Mujer u hombre, el último de la línea es el jefe del clan. Esta es la ley de los MacTavish».
Así que Marget pasa a ser la jefa del clan y a gobernar los destinos espirituales de la comunidad que vive -con escasa fe, todo hay que decirlo- en la isla de Killean. Un destino que le viene dado por la sangre, pero que no lleva aparejada remuneración alguna. Marget, sin embargo, es feliz vistiendo harapos, cortejando con Jamie Campbell, un joven huérfano dedicado a las labores de la pesca en la isla y maquillándose con harina de maíz para la fiesta del pueblo, advocada a St. Collun (también ficticio)

El drama llega cuando una entrajetada dama arriba a Killean para llevarse con ella a Londres a Jamie, quien acaba de revelarse como el hijo a quien creía muerto. Y hasta aquí la trama genealógica de la peli, que, como buen film comercial de su época, habrá de contar a partir de ahora con mucha tensión, mucho amor imposible y, básicamente, mucho drama.
Pero este no es el fin de esta historia. Porque Mary Pickford, en esta y en otras películas, añadió escenas basadas en su propia historia familiar, sobremanera en aquella relacionada con la abuela con la que se crió: la madre de su madre, Katherine Faeley. Irlandesa, nacida en 1834, Katherine había emigrado a Canadá tras la Gran Hambruna que azotó a su tierra a mediados del siglo XIX, dándose la casualidad de que sería al otro lado del charco donde conoció a su marido, John Pickford Hennessey, un joven emigrante perteneciente a la clase media de Tralee, el mismo lugar de donde procedía la humilde Katherine.

Cuenta Eileen Whitfield en su biografía de Mary Pickford (Pickford: The woman who made Hollywood, 2007) que Katherine, quien siempre profesó un catolicismo radical, solía visitar prostíbulos, antes de cruzar el charco, para advertir a sus pupilas del riesgo espiritual que corrían. Un carácter que Mary Pickford va a trasladar, en The pride of the clan, a la personalidad de Marget MacTavish, liada a latigazos contra el descreído pueblo a partir del minuto 25 del metraje del film. También producto de las historias narradas por Katherine a su nieta Gladys -nombre de pila de Mary Pickford- surgió el peculiar baile de sombras que la diva ejecuta en Fanchon, the Cricket (1915): fue el que su abuela hizo, según sus propias narraciones, al verse vestida por primera vez con un vestido nuevo, comprado por su madre para que llevase consigo ropa de buena calidad en su tránsito hacia América.
Si la genealogía es un modo particular de honrar a nuestros ancestros, también Mary Pickford hizo lo propio en la medida en que le permitía su profesión, de esta y de otras formas que quizás algún día también se asomen por este ‘blog’. Dentro de ella o incluso también para abandonarla, una decisión que, según se parece, tomó al morir su madre, Lottie Hennessey, en marzo de 1928. El golpe le hizo, primero, viajar a Europa, donde, según algunas crónicas, probó plátanos de Canarias; después, cortarse los tirabuzones dorados que la habían hecho famosa, para escándalo mundial; y, finalmente, abandonar su carrera como actriz. Pero esa… esa ya es otra historia.